martes, 4 de noviembre de 2008

La historia de un hombre que después de morir aprendió a vivir

Estrechez, suavidad, miradas, risas, llantos.
Piedra gris húndete en mi pecho.
Para mancharte de sangre sin esmeros.
Paso de prisa, entre la brisa
Que te trisa. Aunque morimos,
nacimos, vivimos, morimos.
Y somos comidos,
comidos somos por los comidos.
Entre la tregua y la tierra
del horror y el holocausto
Se marchita la más bella flor
que se esconde en el mar.
Y lloran entrecortados los árboles por los estruendos.
Y corre de prisa el joven vestido de negro.
De negro luto sin respuesta.
De negro luto entre las rejas ¿Y porqué?
De negra vejez le dijo el tiempo.
Cuando se apaga la vela en el calabozo.
Y suenan cada día más fuerte los estruendos.
Al compás de las gotas extraterrestres,
Que están mas allá sobrecargadas de vidas.
Y cada mañana te entregas a mi (sonrisa)
(Y llanto) aunque si te prefiero a ti.
Qué hago en este lugar. Mar. Mal. Vida. Hundida.
Presente ahogado en un océano de gotas, oculares y reculares.
Asesinatos. -¡Culpable! Dijo el Juez.
Dijo el inocente- ¡Invadió mi propiedad!
-De qué propiedad me hablas. Dijo el hombre esposado.
Con sus manos estancadas y su mirada rota.
-Mi bosque señor, o quiere que le repita;
Que su gobierno democrático me dio.
-Yo no creo en ello señor, pregúntese usted
Le dijo en tono seco: ¡Míreme acá amarrado!
¿Usted cree en la democracia?
-Perdone usted, no le responderé esa pregunta.
Estrechez, suavidad, miradas, risas, llanto.
Piedra gris del conformismo. ¡Justicia!
Mi pecho ensangrentado vive. Vivo…

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